Nos informa Arturo Chávez Hayhoe en su "Guadalajara en el
siglo XVI" que: "Cuando en l570 algún viajero o comerciante
llegaba a Guadalajara encontraba dificultades para resolver el problema
del alojamiento, pues no había ni mesón ni posada donde parar:
"en esta ciudad, que es un pueblo adonde todo el reino viene a negociar
sus pleitos, nunca han procurado, ni procuran (las autoridades) de mandar
hacer un mesón, o dos, a donde se acojan los negociantes y otras
personas que vienen a esta ciudad a cuya causa se van a posar a los pueblos
cercanos de los indios y en sus mismas casillas, de lo que reciben mucha
molestia, pues es gente miserable y sujeta... y así está
y estará hasta que de allá (de la Corte) venga algún
remedio".Mucho tiempo duró el problema del alojamiento para
los que venían a Guadalajara de visita, Cristina Padilla Dieste
nos dice que: "En 1830 se introducen, paralelas al sistema de arriería,
líneas de carros y diligencias, lo que agilizó el tráfico
de personas y mercancías...
Las compañías de diligencias formaron verdaderos monopolios
y fueron quienes empezaron a construir los mesones y posadas en los nucleos
urbanos por donde pasaban las diligencias". El señor Ramón
Mata Torres en su obra, "Las garitas, los mesones y noticias de Guadalajara"
describe el mesón de la siguiente manera: "... era un caserón
enorme con patio y piezas a los lados, y atrás un gran corral con
muchas caballerizas. El patio de enmedio estaba empedrado y sobre él
sonaban los cascos de los animales y las espuelas. Olía a caballo
en todo el volumen del aire. Gentes de mezclilla o gentes de manta blanca
con fajas rojas... en el corral de atrás donde estaban las caballerizas,
había un gran cuarto, bodegas donde había maíz, garbanzo
y muchos manojos de rastrojo".
A estos mesones llegaban las personas que hacían largos viajes
para descansar y alimentar a sus animales, pero principalmente eran donde
llegaban los arrieros con la carga que traían en sus bestias; por
la mucha mercancía que llegaba a esta ciudad, muchos mesones se
colocaron cerca de los mercados principales que eran el Corona, Alcalde
y San Juan de Dios, para "facilitar la descarga y traslado a lomo
o usando unos carritos de madera de tracción manual, a los puestos
de los mercados". Llegaban a los mesones los mercaderes para negociar
con los arrieros y ya hecho el trato, se llevaban la mercancía;
los mesones que estaban cercanos a los mercados, con el tiempo se convirtieron
en bodegas o almacenes.
Todavía a la mitad del siglos XX se podían ver mesones
en Guadalajara. Leopoldo l. Orendáin nos cuentan que: "'En
Guadalajara había cinco garitas a las que desembocaban los camiones
principales, siendo: El procedente de México por Querétaro,
León, Lagos y Tepatitlán. El del sur hacia Zapotlán
el Grande, Colima y Manzanillo, El que por Tepic llevaba a Sonora, teniendo
una desviación a San Blas. El que por Zacatecas entraba a los dilatados
territorios del norte, y, por último, el de por la Barca y la Ciénega,
bordeando la lengua de Chapala, conducía a Zamora y Morelia".
Estas garitas eran la de Buenavista, del Carmen, de Zapopan, de Mezquitán
y San Pedro, siendo esta última la más importante y principal,
porque pasaba bajo sus arcos el camino real procedente de México;
esta garita de San Pedro arquitectónicamente hablando era la mejor,
pues aparte de su gran fachada y columnas, estaban allí bajo unos
portales las oficinas fiscales.
Esta garita daba frente a una gran plaza cubierta "de malezas,
terroso por meses y fangoso cuando las lluvias se desataban" (lo que
hoy es la Plaza de la Bandera). Las garitas eran las puertas de entrada
a la ciudad de Guadalajara, aquí se les cobraba a los arrieros el
peaje que era una contribución destinada a la apertura y conservación
de los caminos, "ocasionando molestias y malos ratos, debido a las
arbitrariedades de los recaudadores; además, detenía el tráfico
y encarecía las mercancías".
Aquí entraban cotidianamente entre otras cosas: Azúcar, arroz,
aguardiente, vino mezcal, chile en petacones de varias calidades, harina,
sal, tabaco, toda clase de frutas secas que se les llamaba pasadas, quesos,
piñón, nueces, ropa, plata, fierro, vino y cueros; cada garita
tenía su oficina de peajeros, quienes con ojo de águila,
aplicaban las tarifas. "En 1842 eran de un octavo de real por toda
bestia de silla o carga que viniera en pelo; por cabra, carnero, oveja
o borrico cargado con leña, de los cuales entraban centenares diariamente
con la robada de los indios en los montes, hasta que los dejaron rapados.
Los caballos, machos, mulas y yeguas satisfacían un cuarto de
real, y medio si entraban cargados'. Continúa Leopoldo l. Orendáin
diciéndonos que: "Para los carros se seguía el procedimiento
de cobrar por ruedas, a razón de tres octavos de real sobre cada
una, y dos reales las carretas. Las cuota se doblaba para los carruajes,
si los tiraban dos bestias; pero si eran de cuatro ruedas pagaban un peso,
sin importar el número de caballerías que trajeran enganchadas.
A fin de que los efectos quedaran amparados y como justificante de pago,
se extendían pases, guías, contraguías, recibos y
boletas con los antecedentes y detalles necesarios para identificar la
procedencia y calidad de lo que causaba el impuesto fiscal. Solo se movilizaban
los productos que por su calidad, admitían los recargos. Además
debían soportar las bruscas maniobras de carga y descarga, a las
que el fardaje quedaba suelto al amanecer y al atardecer. A eso había
que sumar los riesgos imprevisibles, lluvias, calores y otros accidentes
que podían perjudicar la calidad de las mercancías".