A principios de la definitiva fundación de Guadalajara, en el
terreno que hoy ocupa el Teatro Degollado estuvo la primer plaza de la
ciudad; la Plaza de Armas fue posterior. Mota y Escobar nos cuenta que
en 1606, "hay en la ciudad dos plazas principales, una en lo anterior
a la Iglesia Catedral y casas de consistorio, y la otra en lo anterior
de las Casas Reales, donde se ejecutan las penas capitales de los delincuentes,
y donde se hace mercado general de toda la comarca de indios, de cinco
en cinco días, en el cual venden cosas de su ropa menuda y otras
casillas que cada uno hace de su arte, y cosas de bastimentos, aves y legumbres".
A la plaza del mercado se le llamó de San Agustín y al
paso del tiempo el comercio más movido e importante de la ciudad
estaba en la actual Plaza de Armas, "consistía el dicho mercado
en un amontonamiento de cobertizos, barracas, cajones de madera, desparramados
sin orden ni concierto por toda la plaza". En la madrugada del 31
de mayo de 1795, un incendio acabó con muchos de los puestos y cajones
que ahí se encontraban, los que lograron salvarse fueron a dar a
la desierta Plaza de San Agustín, por orden del segundo intendente-gobernador
de la Nueva Galicia, Jacobo Ugarle y Loyola.
El señor Ugarte mandó que se construyera un portal en
dicha plaza para dar amparo a los cajones y a los comerciantes de las inclemencias
del tiempo; este portal miraba hacia el poniente y fue el primero que derrumbaron
para "meter" al Teatro Degollado. Varios años duró
este único portal, hasta que el gobernador Fernando Abascal y Sousa
construyó tres más en 1802, dando como resultado un edificio
muy parecido al Parían de San Pedro Tlaquepaque; tenia portales
por los cuatro lados que daban a la calle, varias entradas a las tiendas
y despachos que estaban en su interior, al centro de la plazuela había
una fuente y en todo el solar interno estaban numerosos puestos y jacalones.
Fernando Abascal nos cuenta en su relación que: "Con motivo
del voraz incendio acontecido el 31 de mayo de 1795, en los cajones o tendajones
de madera, y en cuyo desgraciado accidente estuvieron en riesgo de perderse
los crecidos caudales del comercio que se depositan en las casas inmediatas,
determinó mi antecesor pasar aquellos puestos a la Plaza de San
Agustín, y para precaver igual suceso, pensó en que se construyesen
de adobe y piedra, como en efecto se verificó en el lienzo del Poniente,
que estaba perfectamente concluido, con su galería de arcos de cantería,
causando una fealdad horrible a la vista de los otros cajones de madera
viejos, disformes y podridos, que se pudieron libertar de la quema.
Para uniformar el cuadro, evitar el mal que amenazaba, y la disonancia
de la vista, con aprobación de la Junta Superior de la real Hacienda,
hice extraer el caudal de propios 6,923 pesos, 1 real, en que se calculó
y remató la obra, que se halla perfectamente concluida, y que sobre
la comodidad que presta al público, vendedores y compradores de
toda clase de comestibles, adorna ciertamente aquel sitio; es un parían
que no tiene igual en su clase en todo este vasto reino, y el caudal de
propios saca un rédito de más de un doce por ciento del capital
que fue suplido". Al principio estos portales se destinaron a la venta
de comestibles, López Cotilla escribió en 1842 que: "La
Plaza de San Agustín, en donde se expanden manufacturas y efectos
del país......", al paso del tiempo este mercado se especializó
en la venta de artículos variados y en zapatos: existieron dos fondas
que adquirieron mucha fama en esa época, una llamada "de Doña
Jesusita", y la otra "de Doña Inés", Chávez
Haynoe nos dice que: "A ellas (las fondas) iban nuestros antepasados
a saborear deliciosas enchiladas, gustosas tortas, rico pollo, apetitosos
sopes, y a disfrutar y recrearse con cuanta fritanga hayan inventado el
antojo y los deleites tapatíos".
También eran famosos estos portales por sus aguas frescas de
fruta tropical, resaltando el puesto de doña Justa, catalogada como
la mejor agua fresquera de la región; famoso también por
la fabricación de zapatos y huaraches. El gobernador Santos Degollado
hizo un decreto el 12 de diciembre de 1855, donde acordaba la construcción
del Teatro Degollado; el artículo 6o. de dicho decreto nos dice
que: "El producto liquido de la venta de los ejidos se dedicará
exclusivamente a la construcción de un teatro en el centro de la
plaza de San Agustín; sujetándose los arquitectos a la área
que permita el local, sin perjudicar las tiendas que la circundan actualmente".
Nos dice el Art. 14o.- "E Ilustre Ayuntamiento hará que
esté desocupado el centro de la Plaza de San Agustín para
el plazo que fije el gobierno, señalando con anticipación
a los interesados el lugar donde situarse con sus mercancías, a
fin de que sufran el menor perjuicio posible. Asimismo, luego de que sea
necesario, determinará el punto a donde debe mudarse la fuente que
se halla en dicha plaza".
En pocas palabras, los portales y las tiendas quedaban enteros y a los
mercaderes los mandaron a volar; han de haber volado rápido, ya
que la primera piedra del Teatro Degollado la colocaron el 5 de marzo de
1856, bendecida por el canónigo J, Luis Verdía. Se construyó
el teatro, teniendo prácticamente adosados en sus costados y parte
trasera estos portales, los cuales estaban separados del teatro por un
pasillo de seis metros de ancho; el 3O de abril de 1909, un gran incendio
acabó con estos portales, salvándose el teatro por el pasillo
antes dicho. Se corrió el rumor de que el gobernador M. Ahumada
ordenó ese siniestro, dado que los comerciantes bajo ningún
motivo querían dejar sus negocios, esta fue una "manera económica"
de echarlos fuera, pero como no hubo protestas ni reclamaciones, el asunto
quedó por la paz.
Desde que se quemaron los portales, "ya no se volvió a permitir
reconstruirlos ahí", el teatro duró un buen tiempo tiznado
en sus paredes; así que poco a poco se fue el recuerdo de la Plaza
de San Agustín, dejando solo al majestuoso y bello teatro Degollado.