Resulta que el barrio de Analco fue testigo de un suceso muy admirable,
pues según la leyenda, se trataba de un anciano y pobre sacerdote,
el cual vivía adjunto al templo parroquial; por su forma austera
y simple de vida, la gente decía que vivía en olor a santidad.
La crónica popular cuenta que un buen día, una persona
que caminaba apresuradamente por la calle se encontró a este padre,
avisándole que fuera a equis dirección, pues un moribundo
necesitaba de su auxilio expiritual; así que el anciano sacerdote
de inmediato acudió al sitio que le habían indicado.
Llegó a una finca muy pobre y tocó la apolillada puerta
sin recibir contestación , intentó por segunda vez tocando
ahora con más fuerza pero fue esteril su esfuerzo;empujó
la vieja puerta y cual fue su sorpresa al encontrarse un hombre tirado
en un jergón de hilachas sucias, rodeado de miseria y desamparo.
El hombre se confesó con el anciano sacerdote y éste le
perdonó sus pecados en el nombre de Cristo; antes de retirarse el
padre de ese sitio, le colocó debajo de lo que servía de
almohada unas pocas monedas, que eran las únicas que traía.
Prometiéndole que volvería otro día.
Al poco tiempo, el sacerdote volvió, pero por más esfuerzo
que hizo no pudo abrir la puerta apolillada; así que llamó
a los vecinos para que le ayudaran y enterarse que era lo que pasaba, forzaron
la puerta y ¡Ave María Purísima¡, encontraron
que el hombre había muerto meses antes de que lo hubiera auxiliado
el sacerdote. ¡Imagínense!, el padre y los vecinos... ¡Encontraron
un esqueleto!.
El suceso corrió de boca en boca por todo Analco, la gente casi
gritando contaba que el santo y anciano sacerdote... ¡Había
confesado un muerto!.
|