Día de Muertos

Casi a principios del siglo XX todos los días dos de noviembre de cada año se celebraba, en los panteones que tenían capilla, una misa solemne de "requiem" y "varias rezadas" por las almas de los difuntos que descansaban en dichos cementerios. La gran mayoría de tapatíos visitaban los camposantos llevando ofrendas florales, velas de cera teñidas de negro, de rosa o anaranjado obscuro (como los cirios que se usaban en catedral en Viernes Santo) y al llegar a la tumba del ser querido se arrodillaban, colocaban las ofrendas y le dedicaban alguna oración, este día lo llamaban "Día de Finados".

Dávila Garibi nos dice que: "En ninguno de los templos se repicaba la Misa. Si ésta era solemne se llamaba con clamores y dobles a medio vuelo de esquila ; si rezada, con simples tañidos de campanas mezclados con clamores, que los campaneros procuraban hacer muy lúgubres.

Los dobles empezaban a tocarse desde la víspera al medio día en las iglesias que no eran de regulares, en la Matriz y en los conventos daba principio el fúnebre clamoreo de las campanas al comenzar el rezo del Oficio de Difuntos, v.gr. en San Francisco a las dos de la tarde, en San Agustín, a las dos y media, en Catedral a las tres, etc., etc.

Volvían a doblar las campanas de los claustros a la hora de la puesta del sol, durante los maitines de finados y por último, a las ocho de la noche acompañando al toque de ánimas que se daba en la catedral, el cual no era el doble ordinario que aún al presente oímos todas las noches, sino al doble especial, grave y solemne, que en los directorios y cartillas de los conventos se designa con el nombre de "clásico". En el panteón de los Angeles (hoy antigua Central Camionera) que estaba bajo la custodia de los religiosos del convento de San Francisco, iban varias veces al día a la Ermita de Nuestra Señora para rezar algunos responsos por los difuntos (principalmente iban los terciarios franciscanos).

En lo referente al Panteón de Santa Paula (Belén), el padre capellán de la iglesia de Belén o algún sacerdote del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, permanecía casi todo el día en el cementerio orando por los difuntos sobre las tumbas de los finados, claro que sólo a las personas que solicitara este servicio; también en la puerta de éste camposanto se decían responsos, frente a una gran mesa cubierta con un paño de tumba, sobre la cual se

colocaba un cráneo en medio de cuatro blandones que sostenían los cirios adornados con moños de crespón la nave central de catedral, se levantaba una gran pira análoga con muchos adornos y con todos los candeleros de plata estilo antiguo, a los que les llamaban algunos sacristanes "candeleros de charrasca"; en la capilla donde está enterrado el obispo Diego Camacho y Avila se encontraba un sacerdote encargado de rezar por los difuntos y recoger las limosnas de los devotos del "Anima Sola". El antiguo decorado de este templo era elegante, sobrio y grave; con enormes candiles de plata conocidos por la gente de la época como "arañas", estaban cubiertos con gasa de seda negra; había varios lienzos de terciopelo negro con sus flecos y galones de plata, numerosos adornos fúnebres en los muros y en los altares, todo este conjunto le daba un tinte de melancolía y de tristeza a nuestra Catedral". Continúa Dávila Garibi narrándonos que: "la Misa de Función era solemne, la orquesta, de lo mejor que había en la ciudad; la procesión lucidísima. Los señores capitulares, que entonces eran 27, (5 Dignidades, 10 Canónigos y 12 Prebendados) salían en ella usando capas corales, cubierta la cabeza con el bonete, pero sin el capuz ; el preste llevaba además capa pluvial de magnífico tisú negro y los prebendados que acompañaban la Misa, dalmáticas del mismo tisú, y todos ellos, cirios de a libra, con sus respectivas arandelas de plata. La procesión por las naves del templo, era, lo mismo que ahora, después de la Misa solemne. Se cantaban cinco responsos; tres en las naves, uno en la pira y otro en la sacristía a donde llegaban todos los capitulares, capellanes de coro, sochantres, cantores, monaguillos y demás personas que intervenían en la procesión, cantando el De profundis. Las vísperas solemnes tenían lugar desde el Día de todos los Santos... según la cartilla antigua del coro prescrita por el Ilmo. Señor Espinosa el año de 1854 y que no alteró el ceremonial observado anteriormente en estas fiestas fúnebres, las vísperas comenzaban a las tres de la tarde. Dicho el Benedicamus Domino salían los capitulares a tomar las capas de oro y en seguida volvían a cantar las vísperas con rito de segunda clase; obligaba la asistencia a la orquesta, terminados los maitines y cerrado el coro el señor capitular que tenía el oficio de difuntos, con estola y capa negra y acompañado de capellanes de coro y de varios acólitos con cruz, ciriales e incenciario, e iban al cuerpo de la iglesia a cantar los cuatro responsos conforme al ceremonial acostumbrado".

En la plazuela de la Soledad (hoy la Rotonda), en los portales y en la plazuela de catedral, se ponían los puestos de calaveras de dulce, piloncillos de azúcar con jamaica y chía, el típico calabazante dorado, los comales de ante, los huacalitos de panochas de limón y leche, los cajoncitos de muerto, esqueletos, calaveras de barro, juguetes, etc.

En las antiguas calles de Santo Domingo, del Santuario, del Seminario y otras, se veían las vendedoras ambulantes del dulce de leche llamado ante, que lo comenzaban a vender desde el Día de todos los Santos, al canto de:

"Ante colimonte,
de leche imperial
¿no compra, señor?
¿no viene a comprar?
a cuarto por medio
y a ocho por real,
mirando que el tiempo
está muy fatal".



 


 
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