En la historia de cualquier ciudad han aparecido personas que le han
dado tema para leyendas, anécdotas, sucesos extraños, etc.
Aquí en Guadalajara han existido muchos personajes que han sido
famosos, ya sea por sus defectos físicos, virtudes, su forma estrafalaria
de vida, por manías, acciones o simplemente por vivir extraordinariamente
lo ordinario. A continuación recordaremos a un viejo personaje tapatío
de nombre Francisco Velarde, mejor conocido como "El Burro de Oro".
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El señor Velarde nació en los primeros años del
siglo XIX aquí en Guadalajara, sus padres eran nobles muy ricos,
los cuales al morir le dejaron una inmensa fortuna; sus hermanas desde
pequeñas tomaron la vocación religiosa y Francisco quedó
como único heredero.
La gente de la época decía que este acaudalado caballero
tenia tantas casacas recanadas de oro como días tiene el año
y usaba unas joyas tan bellas que dejaban boquiabierto a cualquiera; montaba
buenas cabalgaduras era dueño de lujosos carruajes.
Dicen que era muy tonto, pero siempre supo conservar su fortuna y darse
una buena vida; Enrique Benítez en su "Album tapatío"
dice que Velarde, "fue el Creso tapatío que como el Rey Cresode Lidia
gustó toda clase de ostentaciones y de la pompa, que lució
de manera tan inconsciente como luce el pavo real el esplendor del abanico
de su cola...para esas ostentaciones, lujos y dispendios contaba con la
gran producción de sus fincas agrícolas, ubicadas en los
Estados de Michoacán y Jalisco, especialmente en el cantón
de la Barca. Por su forma tan excéntrica de hacer alarde de su riqueza
y por lo poco listo que era, la gente tapatía lo llamaba "El
Burro de oro", apodo más popular que su mismo nombre, Benítez
continúa narrando:
"Existe todavía aunque ya casi en
ruinas, al sur de la exgarita de San Pedro, una casa de campo denominada
Quinta de Velarde, la cual consta de dos pisos, y tiene, en la planta alta,
un corredor con vista principal al norte.
En las paredes laterales de ese
corredor y en su fondo, había unos frescos originales del célebre
pintor Quintana, quien, contratado por Velarde, vino desde México
especialmente a hacer esas pinturas. En una de ellas, todavía se
ven rastros de la figura de un caballo que, por ser el preferido de los
que tenía Velarde, quiso que allí se le representara.
También
existe en La Barca una casa que fue del propio señor Velarde, la
cual, hace dos o tres años, se le declaro monumento colonial, porque
su construcción y belleza constituyen un valor histórico
de su época.
En esa casa, que es conocida con el nombre de la Moreña,
hay unas pinturas murales cuya magnificencia es admirable: son grandes
temples del artista Fontana, quien los pintó en la época
del triunfo de la República.
El Burro de Oro quiso hacer tanta ostentación
de su persona, que en tiempos del Presidente Santa Anna, allá por
el cuarenta y tantos, compró, en alto precio, el grado de General
y se le expidió el correspondiente despacho. Lo que él anhelaba
era lucir un vistoso uniforme, y únicamente por ese traje se le
llamó General Velarde, sin que la unión de esos dos vocablos
explicara antecedentes bélicos ni conocimientos militares. La pomposidad
de ese general, con su sombrero empenachado, banda y espada al cinto, tuvo
mayor popularidad". Cuando se estableció la monarquía
en México, Velarde le obsequió a Maximiliano valiosos regalos
y varias veces lo invitó a su casa, para que pasara una temporada
de descanso en esta Perla Tapatía, invitación que nunca se
efectuó porque las circunstancias políticas no le permitieron.
Velarde que creyendo que Maximiliano aceptaría la invitación,
gastó miles de pesos y "dispuso el arreglo de su casa (en los
terrenos actuales del Palacio Legislativo, Hidalgo y Pino Suárez)
con verdadero derroche de lujo y esplendor: los muebles fueron importados
de Europa, lo mismo que las vajillas hechas de plata con incrustaciones
de oro.
Causábale frenesí la idea de que su casa sirviera
de morada al monarca, y entusiasmado por este pensamiento, hizo que un
gran número de sastres y costureras trabajaran de día y de
noche en hacer un toldo que sería colocado en todo el camino comprendido
desde la Barca hasta Guadalajara, para que Maximiliano, en su viaje, no
estuviera expuesto a los rayos del sol".
El error más grave
de Velarde fue el hacer tan público el afecto al emperador y su
partido, pues era sabido por las personas de clara visión, que el
gobierno de Maximiliano iba a ser de muy corta vida y esto comprometió
al Burro de Oro en serios problemas.
Al derrocamiento de Maximiliano, Velarde
opta por esconderse pero por causa de vanos delatores, fue descubierto
y entregado a sus enemigos políticos.
"El 25 de enero de 1867,
cuando ya Maximiliano estaba sitiado en Querétaro, el general Don
Ramón Corona, como jefe de la División de Occidente, ordenó,
por medio de un bando, que dentro de un plazo de veinticuatro horas se
presentaran, como prisioneros de guerra, los imperialistas que radicaran
en las poblaciones y lugares dominados por los republicanos; y en caso
de desobediencia, serían perseguidos y fusilados. "Cuando los
republicanos avanzaban hacia la Barca, población donde se hallaba
Velarde, éste marchó a Zamora y allá estuvo escondido,
hasta que, denunciado por un peluquero (de apellido Ayala) fue aprehendido
por el general Francisco Tolentino, quien era entonces coronel; y de acuerdo
con lo dispuesto en el bando de Corona, Velarde fue fusilado en la mencionada
población de Zamora, el día tres de febrero de 1867.
Unas
horas después de la ejecución, llegado el indulto que Juárez
le concediera".
Cuentan que cuando escapaba Velarde de los republicanos,
como estaba pasado de peso, no pudo brincar una barda de un metro de altura
aproximadamente y ahí, atrapado por Francisco Tolentino, Velarde
le ofreció darle su peso en oro montado en su caballo, pero el general,
nada ambicioso lo mató. Tenía una casa en Vista Hermosa,
Michoacán, donde pasó mucho tiempo de su vida; este excéntrico
personaje, mandaba a sus criados a estudiar a Europa, para que atendieran
con elegancia a sus invitados.