El Paseo del Pendón


Guadalajara, primero se fundó en Nochistlán, después en Tonalá y de ahí se trasladó a Tlacotlán, a un lado de la barranca,, al asentarse la ciudad ahí, tanto los hombres como las mujeres comenzaron a trabajar y a desarrollarse.

Tlacotlán se ubicaba en el corazón de las regiones habitadas por los indígenas, quienes atacaban constantemente a esa joven villa; pese a esto, la ciudad cada día cobró mucha vida.
El gobernador Cristobal de Oñate, junto con los habitantes de esa Guadalajara, les llegó la noticia de una gran conspiración en su contra, que se apoyaba bajo el mando del caudillo cazcán Tenamaztli; el 28 de septiembre de 1541, festividad de San Miguel Arcángel, se comenzó a escuchar un rumor lejano que en poco tiempo se convirtió en un solo grito, miles de indígenas atacaban a la ciudad.
"El llanto de mujeres y niños era tan grande que espantaba, y mandó el gobernador y capitán que callasen, porque era animar más a los enemigos y que esperaban en Dios y su Madre Bendita". Fue una pelea recia, heróica y desigual, el triunfo se le atribuyó a la intervención del Señor Santiago, de San Miguel y de los ángeles.

La batalla duró tres horas y murieron más de 15 mil indios, quienes fueron arrojados a la barranca hasta formar una gran pila de cuerpos inertes; los españoles solo perdieron a un hombre, pero perdieron la seguridad de una vida tranquila. "... Todos fueron a la ciudad a ver sus casas, y hallaron en ellas muy gran suma de indios escondidos en los hornos y aposentos y preguntándoles a qué se habían quedado ahí, dijeron que de miedo, porque cuando quemaron la iglesia, salió del medio de ella un hombre en un caballo blanco con una capa colorada y con una espada desenvainada echando fuego, y que lleva consigo mucha gente de pelea y los quemaba y cegaba y que con ese... temor que le tenían, y que muchos quedaron como perláticos y otros mudos".


Por esa intervención divina se consideró digna de ser rememorada a perpetuidad mediante el Paseo del Pendón, ceremonia cívico-religiosa acordada por el Ayuntamiento el 28 de septiembre de 1541, ceremonia que perduró hasta el año de 1810. Después de la batalla, los españoles se preguntaron el "¿a dónde ir?", pues sabían que en ese lugar nunca tendrían paz; así que se trasladan al Valle de Atemajac y fundan la definitiva Guadalajara el 14 de febrero de 1542. Sobre el Paseo del Pendón, nos cuenta Leopoldo l. Orendáin que: "El acto revestía gran lucimiento. Se desfilaba con el estandarte que tenía bordadas las armas de ley, al que seguía lucido cortejo de autoridades, nobleza, hombres principales, vecinos distinguidos e innumerable concurso de pueblo. Daba ocasión para lucir las buenas cabalgaduras, los ricos arreos, las relucientes espadas y el acontecimiento de pajes y peones de estribo, requeridos para dejarles los caballos a la puerta de la catedral". Paulina Carvajal de Barragán nos narra el desarrollo de este Paseo del Pendón: "'El 28 de septiembre, a las tres de la tarde todos los individuos montados en caballos lujosamente adornados tenían que reunirse frente a las Casas Consistoriales. Veintiún cañonazos saludaban al pendón que se encontraba colocado en uno de los balcones.

Una fracción de soldados de línea, o un grupo de paisanos uniformados militarmente, se colocaban al frente, llevando las armas que les prestaba el Ayuntamiento. Les seguía una banda militar formada por unos cuantos "pitaneros y dos atambores" y tras éstos iban los dos maceros, empuñando las mazas de plata --símbolos de la autoridad del Ayuntamiento--, cuyos ediles les seguían a caballo. Atrás venían todos los vecinos nobles, los simples mercaderes españoles y los criollos invitados al paseo, llevando sus respectivos pajes. Cerraba la columna un piquete de tropa efectiva, o de vecinos apropiados para representarla.

Partía hacia la casa del Alférez Real, al que invitaba cortésmente a acompañarlos a las Casas Consistoriales para entregarle el Estandarte Real. El Alférez agradecía la atención y montado en lujoso caballo, se colocaba entre los Alcaldes Ordinarios y la comitiva se dirigía nuevamente a las Casas Consistoriales, en donde ya los esperaba el Fiscal de los Civil de la Real Audiencia para recibir del Alférez, el Juramento de Pleito homenaje y poner en sus manos el Pendón Real. Terminada esta ceremonia, llevada a cabo bajo el más estricto protocolo, el Alférez, empuñado la enseña, montaba de nuevo a su caballo y se colocaba entre el fiscal que iba a su derecha, y los Alcaldes Ordinarios. Rompían, entonces, el silencio las campanas de los templos de la ciudad, anunciado con su repique que el Alférez había hecho el juramento.

De las Casas Consistoriales se dirigían al Palacio Real a "tomar la venia" del Gobernador e invitarlo con los Oidores, a acompañar el estandarte hasta la Catedral. Las campanas seguían jubilosas, anunciando la festividad. Montado a caballo, el Gobernador se colocaba a la derecha del Alférez y el Oidor decano a su izquierda, y daba principio el Pase...". Después de un desfile por varias de las calles de la ciudad, llegaban a la Catedral y colocaban el Estandarte a la derecha de las bancas del Cabildo Municipal, y comenzaba el Oficio de las Vísperas del Señor San Miguel. Terminando el solemne acto, salía la comitiva y recorrían el "mismo trayecto por las calles hasta llegar a la puerta del Palacio Real, ahí despedían al Gobernador y a los Oidores; de aquí continuaba la cabalgata rumbo a las Casas Consistoriales.

En la Sala de Cabildos, el Alférez y los capitulares depositaban reverentemente el Pendón; continuaba la cabalgata rumbo a la casa del Alférez y ahí se les "ofrecía a los invitados refrescos, chocolates, reposterías y conservas"; así terminaban las ceremonias y las actividades del día 28 de septiembre. Al siguiente día, entre las ocho y las nueve de la mañana, se repetía exactamente el paseo de la víspera. Este Paseo del Real Pendón se celebraba cada año, duró esta tradición española de 1542 a 1810, año en que la población española ya tenía noticias del levantamiento insurgente, iniciado en Dolores el 16 de septiembre. Al paso del tiempo se extinguió esta costumbre de conmemorar el gran triunfo sobre la población indígena, allá por 1541.



 


 
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