Los Incendios
Antigua costumbre y tradición que se hacía año
tras año el Viernes de Dolores o Viernes Santo; se trataba de levantar
altares a los cuartos de las casas que tenían ventana a la calle,
aquí se veneraba a Nuestra Señora de los Dolores. Se le dio
el nombre de "Incendios" en la época de la colonia y nacieron,
por las mucha devoción que le tenían a esta Virgen las familias
principales, y como estas familias no querían mezclarse con los
naturales en sus capillas, pues le fabricaban un bello altar en sus casas.
Estos altares se adornaban con ramas de pino salpicadas de bolitas de algodón
cubiertas con grenetina, esferas de vidrio de varios colores, cabezas de
ángeles y otros objetos que variaban según el gusto y las
posibilidades económicas de las personas que los colocaban. |
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En su alrededor ponían macetas con flores y plantas, banderitas
de papel picado, trastes de barro y comales; colocaban candelabros con
"gruesos cirios de a libra o de a media libra adornados con preciosas
filigranas de cera escamada".
Aparte de los cirios, se colocaban centenares de velas que cuando se
les prendía, era tal la luz que salía de la ventana, que
alumbraba las oscuras calles (no había luz eléctrica) de
una manera que realmente parecía que algo se incendiaba; de aquí
el nombre de "Los Incendios". En el zaguán o vestíbulo
de la casa colocaban una gran mesa con ollas, tinajas y recipientes de
aguas frescas, varias botellas de aguardiente y tequila, y un buen número,
de vasos para que la gente, después de admirar "el incendio",
saboreara alguna de estas bebidas; las que contenían alcohol se
les llamaba "toritos". Davila Garibi nos dice, refiriéndose
a estos Incendios que: "Era costumbre esperar que las campanas de
la Catedral diera el toque de oración para comenzar a encender las
velas, rezar el rosario y abrir la ventana, para que los transeúntes
pudieran ver el incendio desde la acera, a través de las rejas.
En algunas casas después de la cena, en la que solían abundar
los platillos regionales, había baile".
Luis Páez Brotchie en su "Historia Mínima de Jalisco"
nos cuenta que: "En este día por la noche se exhiben en varias
casas, altares llamados vulgarmente incendios; en muchos de estos se representaban
imágenes vivas. A la concurrencia se le obsequia agua fresca y toritos
(refrescos con alcohol por cuyo motivo se dice que lloró la Virgen).
El pueblo, en masa, recorre la ciudad a pie, a caballo o en carruaje".
José T. Laris nos narra que: "Eso del "Lloro de la
Virgen" era otro de los números más interesantes del
programa del Viernes de Dolores. A los acordes de una buena orquesta se
servían a los invitados "las lágrimas", sendos
vasos de aguas frescas toreada con tequilita que en pocos minutos ponían
"devotos" lacrimosos y locuaces compadeciendo a la "Virgen"
máxime, si era ésta de bulto.
Se llamaban "incendios de bulto", cuando los personajes que
en ellos figuraban eran de carne y hueso; la Virgen, San Juan, La Magdalena,
y los angelitos que decoraban el cuadro. La Virgen por un abuso de la época
también bebía "sus lágrimas" y la acompañaban
los santos Juan y Magdalena". De ser una bella costumbre por los abusos
y los demanes, estas celebraciones cambiaron a ser un relajo bien hecho
y derecho, así que la autoridad eclesiástica tomó
medidas muy drásticas para cortar el mal; Fray Francisco de San
Buenaventura Martínez de Tejada prohibió los incendios ya
que en edicto diocesano del 24 de abril de 1754 avisó y mandó
pena de excomunión mayor Latae Sentetia, pérdida de instrumentos
y multa de cuatro pesos en reales, ordenó a su previsor y vicario
general, al promotor fiscal y a los vicarios foráneos, párrocos
y ministros, que evitaran los incendios.
En este mismo edicto Martínez de Tejada llama malditos e infernales
a los incendios, lo que se permitió fue que se levantaran altares
a las casas, con luces que no excedan de seis y que la familia rece el
Rosario a puerta cerrada, pero sin gente ajena a la familia. Antes de esa
prohibición, los altares de La Dolorosa se levantaban en las calles,
plazas y otros sitios públicos; duraban siete días en memoria
de los siete dolores de la Virgen María, "los vecinos eran
invitados a visitar los incendios por medio de trompetas, y como las aglomeraciones
de gente son propicias para el comercio, en torno de los altares... se
situaban los vendedores de refrescos, bebidas embriagantes, comidas y golosinas".
Medio siglo después, Juan Cruz Ruiz de Cabañas escribió
el 21 de abril de 1803, otro edicto en que prohibe "mezclar en los
incendios lo religioso con lo profano, tocar la trompeta, levantar los
altares de La Dolorosa en las calles y plazas públicas".
También prohibe los bailes, música y demás entretenimientos
que solo reparan la relajación de las costumbres y el espíritu
mundano". El señor Cabañas ya no da la excomunión
a los fieles que sigan con la devoción de la Virgen, sólo
les pide que obedezcan lo que en su edicto manda; "les recomienda
honrar preferentemente a la Virgen en los templos y concede indulgencia
a todos y cada una de las personas que se confiesan y comulguen durante
los días del septenario de Nuestra Señora de los Dolores".
El 8 de julio de 1914 las fuerzas constitucionalistas ocuparon Guadalajara
y al siguiente año no hubo incendios, después de mucho tiempo
algunas familias tapatías trataron de restablecer la costumbre,
se levantaron altares pero en forma muy privada y sin esplendor quedando
poco a poco en el olvido estos altares que hicieron época.
De los "incendios de bulto" más visitados a principio
de este siglo eran de los barrios de El Retiro y de Analco, porque en ellos,
las mujeres que representaban a la Virgen "era una mujer que no pudiendo
guardar la inmovilidad de las estatuas reía con los curiosos y muchas
veces les platicaba". Laris nos cuenta que "tales incendios eran
más bien motivo de curiosidad que de devoción". El historiador
Mota Padilla escribió en 1742 que esta devoción era extremada
y que la fiesta del Viernes de Dolores se celebraba en todas las iglesias
y capillas aún de indios, con sermones y novenarios de Misas cantadas
y que no había iglesia que no tuviera altar dedicado a Nuestra Señora
de los Dolores.
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