Las letanías de San Francisco.- En la relación
de Fr. Alonso Ponce nos cuenta que: "En nuestro convento está
fundada la cofradía del Rosario, y se tiene en mucha reverencia,
y veneración. Cantan cada sábado, en la tarde, una letanía
muy devota de Nuestra señora y acude mucha gente de la ciudad a
asistir a ella, porque casi todos con cofrades de esta cofradía
y de otra que llaman de los Juramentos..." Un tiempo después
los religiosos de Santo Domingo se hicieron cargo de la cofradía
del Rosario, desapareciendo así las letanías de San Francisco.
Los martes de cuaresma.- Cuando llegaron los jesuitas a Guadalajara
(la Compañía) allá por 1587, tenían la costumbre
durante la cuaresma de levantar un púlpito o estrado en la plaza
principal, que era entonces la de San Agustín. En este lugar cada
martes de cuaresma se congregan los vecinos y familias para escuchar las
pláticas que daban estos religiosos.
Los viernes de cuaresma.- Se acostumbraba cada viernes de cuaresma
en San Francisco, predicar y meditar sobre la Pasión; el cronista
Fray Antonio Tello nos dice que a estas pláticas las llamaban "nescuitiles".
Para que tuvieran mejor resultado estos sermones (especialmente entre los
naturales), Fray Francisco de Mafra quien era religioso lego de dicho convento,
tuvo la idea de hacer representaciones sobre la Pasión, es decir
un viacrucis viviente; para esto el fraile fabricó muchas figuras
de bulto, para enriquecer dichas representaciones.
La procesión del Viernes Santo.- En el Hospital de San
Miguel se fundó el 21 de febrero de 1589, una cofradía o
hermandad llamada "cofradía de Nuestra señora de la
Soledad y del Santo Entierro"; su propósito principal fue el
organizar y sacar por las calles de la ciudad la procesión del Viernes
Santo, año con año. Esta cofradía tenía por
Virgen titular "una imagen devotísima y venerada por muy milagrosa",
según Dávila Garibi, esta imagen se encuentra en el templo
de la Merced. Había dos clases de cófrades: "los de
la luz" y "los de sangre", "llamábanse disciplinantes
de la luz a los que se sacan a la vergüenza", es decir los que
iban con espíritu de humillación, de afrenta y aprobio; los
de "sangre" iban haciendo pública disciplina y flagelando
su cuerpo haciendo diferentes penitencias. La procesión se hacía
en completo silencio y los cófrades iban "con túnicas
y capirotes, con escapularios de tafetán negro y sus escudos con
la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, cubiertos los rostros,
descalzos". Salían de la iglesia catedral (la vieja) recorriendo
varias estaciones: Primero Santa María de Gracia, después
a la Compañía, luego a San Francisco, de ahí a San
Agustín y terminaban en el Hospital de San Miguel, que en ese entonces
estaba contigua a la catedral primitiva. Conforme se fueron edificando
nuevas iglesias y conventos, el itinerario de esta procesión se
fue modificando.
La procesión del Domingo de Resurrección.- Para
los católicos, este día ya no hay tristeza ni penas, sino
alegría y gozo; motivo por el cual los cófrades dejaban sus
capirotes y tafetanes, es decir, dejaban toda señal de luto y se
vestían "con túnicas y guirnaldas de flores". Este
día se organizaba otra procesión, como leímos anteriormente
en el Viernes Santo, que la imagen de Nuestra Señora de la Soledad
se había quedado en el hospital, pues el domingo por la mañana
se la cambiaba al templo de San Agustín y ahí la esperaban
los cófrades; de aquí salía la procesión que
iba al encuentro de otra que se formaba en el templo de la Santa Veracruz
(San Juan de Dios). Una vez reunidas las dos columnas se iban rumbo a catedral,
donde se depositaban las imágenes y se daba por terminada la procesión.
La procesión del Jueves de Corpus.- Era la más
antigua de las que se hacían en Semana Santa, la historia tapatía
recuerda la procesión del año 1561, por el incidente que
en ella hubo: Resulta que ya estando la procesión a punto de salir,
llegaron los corregidores quienes eran la autoridad de la ciudad, posesionados
de las varas del palio, llegaron los oidores para quitarles las varas de
las manos. Unos decían que como antes no había Audiencia
en Guadalajara, era costumbre establecida y reconocida que a los corregidores
les tocaba llevar al palio; los de la Audiencia alegaban que a ellos les
correspondía llevarlo, por ser autoridad superior. No se quién
fue el ganador, pero después se recurrió al rey para que
resolviera este asunto, cuando llegó la respuesta determinó
"que los oidores no pretendiesen dichas varas de palio, pues en Valladolid
y Granada las llevaba la ciudad, y la Audiencia iba más autorizada
detrás del Sacramento".
Semana Santa.- Esta semana no sólo se manifestaba en la
vida religiosa, sino que también trascendía a la pública,
a la familiar y a la individual; el comercio se cerraba, no sacaban animales,
ni carretas aunque fuera para un trabajo urgente. Las relaciones sociales
se suspendían, así como los pasatiempos se olvidaban, los
viajes se interrumpían y la vida social y pública se paralizaba.
Las gentes se vestían de riguroso negro en señal de duelo,
la ciudad de ser bulliciosa y movida se transformaba en silenciosa y en
paz, como si este gran luto mortificara a todos sus habitantes.
Paseo del Real Pendón.- Una de las más importantes
fiestas profanas que tuvo la ciudad; ésta comenzó a celebrarse
desde el mismo año en que Guadalajara ocupó su sitio actual.
Se celebraba los días 28 y 29 de septiembre (día de San Miguel).
El origen de esta fiesta fue por el voto que hicieron los primeros pobladores,
de conmemorar la festividad de San Miguel, en agradecimiento y recuerdo
del triunfo sobre los indios al defender y salvar a la ciudad. Esta era
una cabalgata con el real pendón a la cabeza y recorrían
las principales calles de Guadalajara. El pintor Gabriel Flores plasmó
en uno de sus murales, en el Palacio Municipal, esta tradición que
tuvo mucho auge y esplendor, por muchísmos años.
Los sombreros episcopales.- Costumbre muy antigua y muy tapatía,
fue el colocar los sombreros de los prelados diocesanos ya muertos en una
cornisa de catedral, para perpetuar la memoria de sus dueños. Solamente
a los que morían en la sede se colocaban sus sombreros, porque a
los que fallecían en otra parte dejaban sus sombreros en la última
parroquia que habían visitado; parece ser que esta costumbre dio
inicio a la muerte del obispo Gómez de Mendiola (1571-1576). En
total se coleccionaron en la cornisa diecinueve sombreros, pero en 1894
los quitaron; dicen por ahí que al paso del tiempo, un sacerdote
empleado en la catedral quemó estos sombreros, porque según
decía estaban ya muy viejos, feos, carcomidos por el comején,
llenos de microbios y muy olorosos a orines de ratón; el único
que logró salvarse, fue el que usó Juan León Garabito,
tal vez por haber quedado arrumbado entre los triques viejos. Se ignora
el paradero de este sombrero episcopal.